Los misterios detrás de las enigmáticas auroras boreales

En el siglo IV a.C un marinero griego describió por vez primera este fenómeno natural.

Aurora boreal en Tromsoe / Archivo

Una de las historias de viajes más sorprendentes de la antigüedad es la que protagonizó Pitéas, un navegante griego que en el 350 a.C partió de su Marsella natal y navegó con un solo barco, de escaso calado, hasta latitudes nórdicas, en busca de estaño. En su viaje, Pitéas atravesó el estrecho de Gibraltar, señaló por vez primera a Iberia como una península, alcanzó las islas británicas y llegó a una zona desconocida a la que bautizó con el nombre de Thule. Hasta allí llegó después de navegar durante seis días desde Escocia.

Algunos geógrafos sitúan esta zona en los 65º norte y la discusión se centra en si Thule es Islandia, Noruega o alguna de las islas Feroe. En cualquier caso, en ese punto Pitéas se quedó maravillado al observar «las luces del norte», que no eran otra cosa que una aurora boreal.

Durante siglos fueron signo de mal agüero

Hay pocos fenómenos naturales tan espectaculares y enigmáticos como las auroras boreales. Es un misterio que cuesta describir, que flota en la atmósfera y que cambia de color, brillo y forma en un breve espacio de tiempo. Etimológicamente aurora es la diosa romana del amanecer, y Bóreas, hace alusión al norte.

Los billetes de 200 coronas noruegas representan a Kristian Birkeland (1867-1917), el primer científico que explicó con detalle las auroras boreales, junto a una bola magnetizada llamada «terrella», el experimento con el que demostró cómo se generaban estos fenómenos.

Durante mucho tiempo fueron un signo de mal presagio, nuestros antepasados pensaron que eran dragones o serpientes voladoras. Los indígenas del Ártico explicaban su existencia en relación a espíritus de parientes muertos o hijos que no habían podido nacer. El pueblo Sami amenazaba a sus hijos con la aurora, un ser maligno que se los llevaría si se portaban mal. Se cuenta que las auroras boreales presagiaron la Guerra Civil Americana (1860) y el asesinato de Julio César (44 a.C).

No son patrimonio exclusivo de la Tierra

Disponemos de un grabado anónimo del siglo XVI en el cual se ilustra una aurora boreal vista en 1570 en Kuttenberg, en Bohemia. Parece ser que, hasta finales de ese siglo, estas maravillas de la naturaleza eran bastante comunes en Europa central, debido a una intensa actividad solar.

Siendo estrictos, deberíamos de hablar de «aurora polar» cuando el fenómenos se produce en el hemisferio norte y de «aurora austral» cuando se produce en el hemisferio sur. Para ver auroras, las mejores noches son las comprendidas entre octubre y febrero en el hemisferio Norte y las de junio, julio y agosto en el cono Sur.

Si pudiéramos viajar a otros planetas del sistema solar podríamos disfrutar de espectáculos semejantes. En Mercurio, Urano, Júpiter, Saturno y Neptuno tienen efectos aurorales similares, debido a que tienen campos magnéticos que los generan. Sin embargo, Venus y Marte carecen de ellos y, en suma, de auroras boreales.

Por culpa del campo magnético

El sol emite un flujo constante de radiación cósmica en todas direcciones –el viento solar– que barre el espacio a un millón y medio de kilómetros por hora. El campo magnético terrestre impide que estas partículas puedan golpear la Tierra. Cuando la radiación cósmica contacta con el campo magnético es catapultada hacia la magnetosfera en donde colisionan con átomos de oxígeno y nitrógeno, provocando la emisión de luz.

Volviendo a Pitéas. Su Thule bien puede ser considerado el fin del mundo en aquella época, es difícil imaginar a un griego con un barco en un lugar más recóndito. ¿No es maravilloso que hace apenas unas semanas nos llegaran imágenes de un objeto rojizo que se encuentra a6.600 millones de kilómetros de la Tierra, en los confines del universo, y al que se ha bautizado como… Última Thule?

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