¿Por qué se acusaba más de brujería a mujeres que a hombres?

Hay varios motivos por los que siglos atrás se acusaba más de brujería a mujeres que a hombres, pero un nuevo estudio apunta a un motivo adicional que los sociólogos, psicólogos e historiadores no habían tenido en cuenta.

Documento del 1 de agosto de 1603 en el que aparece registrada por Richard Napier una acusación de brujería a una comadrona. / Bodleian Library

El estudio lo ha llevado a cabo Philippa Carter, de la Universidad de Cambridge en el Reino Unido.

Aunque históricamente se ha acusado a hombres y a mujeres del uso malicioso de la magia, en los siglos XVI y XVII solo alrededor del 10-30% de los sospechosos de brujería eran hombres.

Este sesgo contra las mujeres suele atribuirse tanto a la misoginia como a motivos económicos.

Para el estudio, Carter se valió de un registro escrito de posibles casos de brujería, mantenido por un tal Richard Napier, que se dedicaba profesionalmente a investigar tales casos.

Entre 1597 y 1634, Napier registró 1.714 acusaciones de brujería. La mayoría de las personas acusadoras y la mayoría de las personas acusadas eran mujeres, aunque la proporción de acusadas era mucho mayor.

De esas acusaciones de brujería registradas por Napier, unos 802 clientes identificaban por su nombre a las personas sospechosas de hacer brujería, y en 130 casos, mencionaban algún detalle sobre el trabajo de la sospechosa. De las 802 personas acusadoras que figuran en los registros de Napier, 500 eran mujeres y 232 hombres. No se registró el sexo de las 70 restantes. Entre las 960 personas sospechosas de brujería identificadas por este grupo de acusadores, 855 eran mujeres y solo 105 eran hombres; la diferencia entre géneros resulta obvia.

En el estudio, Carter constató que los empleos a los que podían acceder las mujeres en aquella época conllevaban un riesgo mucho mayor de sufrir acusaciones de brujería.

La mayoría de los trabajos al alcance de las mujeres implicaban la asistencia sanitaria o el cuidado de niños, la preparación de alimentos, la producción de productos lácteos o el cuidado del ganado, todo lo cual dejaba a las mujeres expuestas a acusaciones de sabotaje mediante magia negra cuando la muerte, la enfermedad o el deterioro causaban desgracias personales y pérdidas económicas a sus empleadores o clientes.

Muchos procesos naturales de descomposición se consideraban generados por fuerzas sobrenaturales malignas. Si se infectaba una herida en una persona, era por culpa de un maleficio. Si se estropeaba la leche con la que se elaboraba el queso, y en consecuencia este adquiría un sabor nauseabundo, era por culpa de un maleficio. Y así con muchas otras cosas.

Los tipos de oficios que desempeñaban las mujeres las ponían en primera línea de entre toda la gente susceptible de ser considerada sospechosa cuando algo salía mal en su trabajo.

Esto contrastaba con los empleos de los hombres, en cuya actividad solían utilizar fenómenos y materiales robustos o resistentes a la putrefacción, como el hierro, el fuego o la piedra.

Además, las mujeres solían desempeñar varios trabajos, normalmente en el corazón de sus comunidades, yendo de una casa a otra y visitando pozos, hornos y mercados, en lugar de trabajar en campos agrícolas o en talleres propios.

La frecuencia del contacto social en las ocupaciones femeninas aumentaba las posibilidades de que las mujeres se vieran envueltas en las desavenencias o malentendidos que a menudo apuntalaban las sospechas de brujería. Muchas acusaciones se debían simplemente a la presencia de la “bruja” en el momento de la desgracia.

Las mujeres solían combinar múltiples fuentes de ingresos, trabajando en varios hogares para llegar a fin de mes: cuidando niños, preparando comida, atendiendo a personas discapacitadas… No solo trabajaban en un sector de alto riesgo, sino en muchos a la vez. Esto las ponía bajo un gran peligro de ser acusadas de brujería.

Además, bastantes mujeres ejercían como curanderas locales, otra ocupación de riesgo: las sospechas de brujería surgían cuando el remedio no tenía el efecto deseado. Por ejemplo, un cliente de Richard Napier, concretamente un varón, aquejado de “un gran dolor en sus partes íntimas”, dijo a Napier que una curandera le había “hechizado” después de pedir una segunda opinión.

Algunos de los trabajos más arriesgados pertenecían al grupo que hoy llamamos “profesiones asistenciales”, en las que todavía se tiende a una mayor presencia femenina: comadronas, cuidadoras de enfermos o de ancianos, cuidadoras de niños, etcétera. Por ejemplo, trece sospechosas de brujería habían atendido a la acusadora en su lecho de parto.

También hay que tener en cuenta que la mortalidad infantil era elevada. Más del 13% de todas las acusaciones de brujería registradas que nombraban a un sospechoso implicaban a una víctima menor de 12 años.

El estudio se titula “Work, Gender and Witchcraft in Early Modern England”. Y se ha publicado en la revista académica Gender & History.

NCYT