No creas en lo que no ves y, sobre todo, ten mucho cuidado con creer en lo que ves

A pesar de que una de los clichés más manoseados cuando alguien se muestra escéptico con determinado asunto es que “tú solo crees en lo que ves” o “si lo vieras como yo también creerías”, el ver de primera mano algo no es suficiente para creer en ello.

De hecho, habida cuenta de que nuestros sentidos son falibles y fallan más que una escopeta de feria, más bien deberíamos ser mucho más cuidadosos a la hora de decidir creer a propósito de algo que hemos visto o experimentado.

Gran parte de lo que vemos y procesamos a través de nuestro cerebro constituye una ilusión, lo cual invalida parcialmente la máxima «ver para creer». Natural que esta idea desafíe nuestro sentido común, porque a su vez en un sentido poco común: después de todo, solo vemos el 1% del espectro electromagnético y oímos el 1% del espectro acústico.

En términos generales, nuestros sentidos reciben unos diez millones de bits de información por segundo, pero tal y como señala Jennifer Ackerman en Un día en la vida del cuerpo humano: «conscientemente solo procesamos entre siete y cuarenta bits».

Ni siquiera vemos los rayos X, los rayos gamma, la luz infrarroja o la ultravioleta son completamente invisibles para nosotros. A decir verdad, nuestros ojos solo detectan el rojo, el verde y el azul, tal y como explica el físico teórico Michio Kaku en su libro El futuro de nuestra mente:

Eso significa que nunca hemos visto el amarillo, el marrón, el naranja ni muchos otros colores. Esos colores existen, pero nuestro cerebro solo puede hacerse una idea aproximada de cada uno de ellos combinando en distintas proporciones el rojo, el verde y el azul.

Existen algunas normas que podemos seguir cuando se nos estropee la brújula, como las esgrimidas por Carl Sagan. Pero resultan muy difíciles de llevar a cabo todo el tiempo, porque somos seres humanos, no máquinas perfectamente racionales. Podéis abundar en ello en el siguiente vídeo donde se os urge a no creer en nada que cuyo fundamento no pueda explicarse para así alcanzar lo más parecido a un puñado de modelos que describen lo más parecido ontológicamente a la Verdad:

Por ello, precisamente, se desarrolló la ciencia en un tiempo tan reciente como el siglo XVII. Porque la ciencia es algo así como un mecanismo, un procedimiento, una máquina, un check list, que permite descartar una montaña de asunción que no son capaces de superar sus exigencias.

Es un procedimiento que está más allá de ideologías, religiones, patrones culturales muy marcados o hasta los propios vaivenes y caprichos de los cerebros de los científicos. Un buen científico, de hecho, no es una buena persona, sino una persona que se pliega al método científico. Y todo aquello que se pliega a este método es, automáticamente ciencia. Por eso, precisamente, ¿sabéis cómo se llama la medicina alternativa cuando prueba que funciona? Medicina.

Xataka