Los pueblos prehispánicos ya modelaban el paisaje

Un estudio focalizado en hachas de hasta mil años antes de la conquista muestra que los grupos humanos de entonces ya modificaban el ecosistema.

Matías Medina. / CONICET.

Introducción de cultivos que no existían en esta parte del mundo y de animales de granja como ovejas, cabras, vacas y caballos son algunas de las más significativas alteraciones del ambiente que siguieron a la conquista de América. Tan drásticos fueron los cambios que históricamente han llevado a atribuir a la colonización la responsabilidad del empobrecimiento de la biodiversidad y las modificaciones en la geografía de muchos lugares. Sin embargo, estudios arqueológicos recientes muestran que la injerencia antrópica –es decir humana– en el paisaje se observa desde mucho antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI.

“La realidad es que los seres humanos siempre ejercimos actividades que impactaron sobre el medioambiente; pensar que las comunidades originarias no modificaban el entorno es una idea romántica que no se sostiene de ninguna manera”, asegura Matías Medina, investigador adjunto del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo (FCNyM, UNLP) y primer autor de un trabajo que acaba de publicarse en la revista Latin America Antiquity. El artículo reporta las conclusiones de un estudio detallado de hachas de piedra pulida y polen contenido en sedimentos de distintos sitios arqueológicos de las Sierras de Córdoba, evidencias concretas de que se hacía deforestación unos mil años previos a la conquista.

“Las sociedades de ese momento ya habían comenzado a cultivar la tierra pero sin dejar de lado la caza y recolección, es decir que llevaban una economía mixta con una gran movilidad residencial, al contrario de lo que se ha pensado durante décadas sobre los agricultores: que eran estrictamente sedentarios”, explica Medina y continúa: “Durante el verano los grupos se instalaban en pequeños poblados para plantar maíz, zapallo, quínoa y porotos y recolectar frutos silvestres. En invierno, se dispersaban hacia los sectores más altos en busca de guanacos para luego regresar a los valles en primavera y planificar la siembra. A lo largo de los siglos, ese modo de vida modeló el ambiente serrano, contribuyendo a la conformación del paisaje que hoy conocemos”.

Las hachas analizadas fueron recuperadas en distintas localidades cordobesas como el Valle de Punilla, Traslasierra y Calamuchita. Con ellas –cuenta el investigador– se desmontaba alrededor de las aldeas o poblados, mostrando cierta preocupación por abrir claros en el bosque y mantenerlos despejados a través del tiempo ya sea para cultivar, construir viviendas o fomentar el crecimiento de árboles de consumo como el algarrobo, el mistol o el chañar. “De hecho, la actividad fue lo suficientemente extensiva como para dejar su impronta en los sedimentos arqueológicos”, señala el investigador.

La muestra consiste en 55 hachas y azuelas líticas –una herramienta similar pero con la hoja perpendicular al mango– que van de los 300 gramos a los 2 kilos. Gran parte presenta rastros indicativos de haber sido utilizadas para cortar elementos leñosos del bosque serrano a nivel del suelo, entrando en contacto con sedimentos. Algunos artefactos tienen en sus filos marcas de un uso asociado exclusivamente a trabajar la madera, como pulido y estrías finas. “Y hay variables muy interesantes. Por ejemplo, la relación entre el peso y el filo: las hachas más grandes tenían filos cortos en relación a su tamaño, porque para arrancar arbustos al ras de la superficie lo que importa es la fuerza del impacto producido por la masa y no tanto la agudeza o largo del filo, que rompe las fibras del tallo y raíces”, comenta.

“Entonces, podemos decir que el ambiente que vemos ahora en Córdoba empezó a formarse hace miles de años con las poblaciones humanas como partícipes necesarios. El vínculo con la naturaleza no era pasivo porque se forjaba una relación mutua con el entorno en la que éste resultaba constantemente modificado. La conclusión que se desprende es la necesidad de considerar a los grupos prehispánicos como importantes agentes modeladores del paisaje actual, y esto debe ser tenido en cuenta al estudiar la fragilidad de los ambientes serranos y establecer políticas adecuadas para su conservación”, reflexiona Medina, y enfatiza: “Las investigaciones arqueológicas producen conocimiento sobre el funcionamiento de las sociedades y su impacto sobre los ecosistemas, por ende el financiamiento es indispensable para, o bien ubicarnos en el presente y mejorar nuestra calidad de vida, o definitivamente torcer el curso de la historia”.

Investigador adjunto del CONICET en el Centro de Investigación y Transferencia de Catamarca (CITCA-CONICET) y también autor del trabajo, Sebastián Pastor comenta que “en el caso del centro de Argentina, esta mirada de los seres humanos como modificadores del hábitat aparece como línea de investigación hace apenas 15 o 20 años a partir de la confluencia de estudios de distintas disciplinas que obligan a dejar de lado los enfoques más rígidos y tradicionales según los cuales la transformación del medio ambiente y los ecosistemas se impuso rápidamente a partir de la conquista española. En realidad fueron procesos culturales no lineales y muy prolongados; yo diría de milenios”.

De todas maneras, el especialista subraya con énfasis la diferencia entre las actividades que se describen en el trabajo de las hachas con las del pasado más cercano e incluso el presente: “Si bien estamos diciendo que nunca fuimos agentes pasivos, nada tienen que ver las consecuencias de la acción humana sobre el ambiente de ese momento con las que se ven hoy: un desmonte feroz, siembra directa y monocultivos que entre otros factores son responsables de las inundaciones que azotan a los pueblos de las llanuras cordobesas. Las de hoy son prácticas económicas que no son sustentables ni siquiera en lo inmediato, mientras que las que observamos de las comunidades prehispánicas sí lo eran, y a largo plazo”.

DICYT