Las ratas también bailan al ritmo de Michael Jackson y Lady Gaga

Investigadores de la Universidad de Tokio han descubierto que la preferencia por ciertos ritmos, lo que nos lleva a los humanos a reconocer un compás, también se da en otras especies.

Escuchas una canción por primera vez. Te gusta. Casi sin darte cuenta, estás moviendo la cabeza, incluso puede que siguiendo el ritmo tamborileando la mesa con tus dedos. Aunque nunca hayas escuchado esos acordes, puedes ‘predecirlos’ casi sin esfuerzo. Porque la música provoca una reacción compleja en nuestro cerebro que también involucra al resto del cuerpo, algo que se pensaba un fenómeno exclusivo en los humanos. Sin embargo, un nuevo estudio publicado en la revista ‘Science Advances‘ revela que otras especies podrían disfrutar de la música de la misma forma que nosotros. O, al menos, las ratas.

Si bien los animales también reaccionan al escuchar ruido, pueden emitir sonidos rítmicos o ser entrenados para responder a la música, esto no es lo mismo que los intrincados procesos neuronales y motores que trabajan juntos para permitirnos reconocer naturalmente el ritmo de una canción, responder a él o o incluso predecirlo. Se trata de una sincronicidad.

Puede que recuerdes vídeos de loros que salen moviendo el cuello al ritmo de una canción o incluso espectáculos con animales más grandes, como osos, girando al son de un vals. En ese caso se trata de entrenamiento, no de una reacción innata. Lo novedoso de este experimento es que se probó con ratas que jamás habían estado expuestas de manera deliberada a la música ni recompensadas por llevar a cabo unos u otros movimientos.

El secreto detrás de ‘Beat it’, de Michael Jackson

Se sabe que la percepción del ritmo y la sincronización dentro del tempo 120-140 BPM (pulsos por minuto) es común en humanos. Es decir, que el ritmo 120-140 de canciones como ‘Beat it‘, de Michael Jackson, o ‘Viva la vida‘, de Coldplay, desencadenan en nuestro cerebro todo este estímulo que nos lleva, muchas veces de manera irrefrenable, a mover la cabeza al compás, por lo que muchos compositores tienen en cuenta dicho ritmo a la hora de crear sus composiciones.

El investigador japonés Yoshiki Ito y su equipo de la Universidad de Tokio, intentaron descubrir si el ‘gusto’ por este ritmo también ocurría en otras especies. Así, partieron de dos posibles hipótesis: una primera teoría que postula que el ritmo óptimo de cada animal está determinado por la estructura corporal y el movimiento físico de cada espécimen (es decir, que los animales de diferentes tamaños tendrían diferentes preferencias según los pulsos). O que, por el contrario, la clave no está en el cuerpo, sino en el cerebro, y que la preferencia por el latido (los 120 a 140 BPM) serían similares para todas las especies.

Ratas escuchando sonatas y pop

Para comprobarlo, se elaboró un experimento en el que pusieron a 10 ratas sin entrenamiento a escuchar ‘Sonata para dos pianos’ de Mozart en cuatro tempos diferentes: 99 (75 %), 132 (100 %), 264 (200 %) y 528 (400 %) BPM. También se probaron otras canciones ‘Born This Way‘, de Lady Gaga; ‘Another One Bites the Dust‘, de Queen; ‘Sugar‘, de Maroon 5; y, por último, precisamente ‘Beat it‘, de Michael Jackson. Mientras los sujetos del ensayo asistían a dicho ‘recital’, los investigadores observaron la aceleración de sus movimientos mediante sensores y las sacudidas de la cabeza, además de medir su actividad neuronal. Hicieron lo mismo con 20 voluntarios humanos.

Los resultados concluyeron que tanto ratas como humanos mostraban esa predisposición por los 120-140 BPM, lo que respaldaría la percepción del pulso y la sincronización pueden ser inherentes a la actividad neuronal del cerebro, en lugar de estar sujetas a la influencia del tamaño y los movimientos corporales generales de una especie, además de abrir la puerta a estudiar el ritmo en otras especies animales más allá de los humanos. Además, el equipo también descubrió que tanto las ratas como los humanos sacudían la cabeza al mismo compás en ritmos similares, y que el nivel de sacudidas de la cabeza disminuía cuanto más se aceleraba la música.

«Las ratas mostraron una sincronización de latidos innata, es decir, sin ningún tipo de entrenamiento o exposición previa a la música, más claramente dentro de 120-140 bpm, a la que los humanos también muestran la sincronización de pulsos más clara», afirma Hirokazu Takahashi, otro de los autores del estudio. «La música ejerce un fuerte atractivo sobre el cerebro y tiene profundos efectos sobre las emociones y la cognición. Para utilizar la música de manera efectiva, debemos revelar el mecanismo neuronal que subyace a este hecho empírico».

ABC