«La enfermedad del Nobel», cuando los premiados abrazan el racismo, la pseudociencia o los «aliens»

Los galardonados gozan de autoridad y prestigio, pero también pueden caer en argumentos claramente anticientíficos.

De izquierda a derecha, los Nobel James Watson, Luc Montagnier y Kary Mullis

La semana de los premios Nobel acaba de llegar a su fin. Los galardones han convertido a un puñado de escogidos en figuras de prestigio y de autoridad, en personas cuya opinión recibe más atención y resulta más creíble. Sin embargo, en el ámbito de la ciencia esto puede ser un arma de doble filo. Con el paso de los años, varios científicos premiados con el Nobel se han hecho célebres por sostener opiniones polémicas o directamente disparatadas, por abrazar el espiritismo, por defender alguna pseudociencia o por hablar de abducciones extraterrestres.

De hecho, se ha venido a hablar de la «enfermedad del Nobel» para referirse a esta tendencia a dejar boquiabiertos a la mayoría de los integrantes de la comunidad científica, a la vez que tanto la prensa como el público, en general, prestan su atención al prestigioso galardonado. Normalmente, los «afectados» por este mal tienen en común el hacer afirmaciones extrañas o que van contra el consenso científico y estar en una etapa muy avanzada de su vida.

«La “enfermedad del Nobel” aparece cuando las declaraciones de un laureado hacen temer por su integridad mental, su preparación académica, o ambas cosas», ha explicado a ABC Emilio José Molina, vicepresidente de la Asociación para Proteger al Enfermo de las Terapias Pseudocientíficas (APETP) y miembro de la sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico y del Círculo Escéptico. «Los ejemplos van desde el negacionismo del sida a la defensa de fenómenos paranormales o las abducciones alienígenas».

Molina, que también ha escrito un libro sobre las pseudoterapias más frecuentes, dice que no se trata de un fenómeno que afecte especialmente a los premiados, «sino que destaca más por provenir de quien proviene». Por ello, apunta, esto debe prevenirnos contra la «falacia de autoridad» o «falacia ad verecundiam», por la que se nos trata de convencer de una afirmación con el prestigio o la formación de quien la sostiene.

En este sentido, ha comentado que «el ganar un Nobel, tener un cierto nivel de estudios en una materia o practicar una profesión a la que se le supone ciertos conocimientos en general, no nos inmuniza contra los sesgos cognitivos que todo el mundo arrastramos por el mero hecho de ser humanos, ni contra los problemas mentales, ni contra simplemente ser malas personas».

El antídoto para estos sesgos y deficiencias tan puramente humanas es el método científico: «Un argumento debe sustentarse en la solidez de las pruebas que lo avalan, y los galardones que ostente quien hace la afirmación no es una de ellas», ha razonado Emilio José Molina. Es decir: la homeopatía no ha de rechazarse porque la mayoría niegue su valor, sino a sabiendas de que no existen evidencias científicas que avalen su eficacia, por encima de la que tendría un caramelo de menta.

La falacia de Galileo

Por este mismo motivo, ha de rechazarse la «falacia de Galileo», un argumento lógico según el cual si las ideas de una persona son ridiculizadas por miembros de una corriente principal, por ejemplo, la mayoría de los científicos, esa persona tiene razón. Se suele caer en esta falacia porque Galileo pudo cambiar el paradigma cosmológico de su tiempo, cambiando el geocentrismo por el heliocentrismo, e iniciar la revolución científica.

Pero Molina destaca que Galileo pudo cambiar las cosas con evidencias: «Era un científico que, con pruebas, intentó cambiar la mentalidad de gente que, solo con su fe en los dogmas religiosos imperantes, le tachaba de loco o hereje».

Esta es, precisamente, la gran diferencia entre ciencia y pseudociencia: una depende de los experimentos y del método y la otra de creencias. «Lo que hace la ciencia es investigar en el ámbito de lo desconocido, sin prejuicios acerca de lo que se va a encontrar, abiertos a lo que aparezca en el camino de la investigación», dice Molina. «Además, revisa constantemente su conocimiento, detectando errores en lo establecido, autocorrigiéndose y puliéndose, evolucionando el conjunto de lo que sabemos como especie».

Una mente abierta, pero no demasiado

La ciencia implica, por tanto, mantener la mente abierta, pero no demasiado: «No se puede tener con sensatez la mente más abierta que la que tiene la ciencia. Si se pretende abrir más se corre el riesgo de que, como decía Feynman, se te caiga el cerebro. O, en mi versión favorita del gran Terry Pratchett, “que la gente insista en entrar dentro y poner allí sus cosas”».

Por eso, quien pretenda hacer afirmaciones excepcionales, como que un cristal de cuarzo pude curar el cáncer, «necesitará de pruebas excepcionales para probarlo», considera Molina. Solo de esta forma, la comunidad científica podrá valorarlo, con independencia de quién lo proponga.

Teniendo en cuenta todo esto, se puede comprender mejor lo que ocurre cuando un Nobel dice algo extraño que parece revolucionar a la comunidad científica. Pero, ¿cuáles son los Nobel más famosos por dejar boquiabiertos a sus colegas?

Luc Montagnier, defensor de la homeopatía

Recientemente, el premio Nobel de Medicina o Fisiología en 2008, Luc Montaigner, dijo a los estudiantes de la Universidad de Valencia que hay que tener «espíritu abierto» y «no cerrarse a los dogmas establecidos». Este francés, galardonado por descubrir el virus de la inmunodeficienica humana (VIH), es conocido por defender la homeopatía, la teletransportación de ADN, por medio de señales electromagnéticas, el tratamiento del autismo con antibióticos, la peligrosidad de las vacunas, la memoria del agua y el tratamiento del sida por medio de la alimentación.

No por ser premio Nobel, ni por ir contra corriente, está en lo cierto. Los experimentos publicados por él, en una revista de cuyo panel editorial es parte, no han podido ser replicados por otros investigadores, y suelen ser considerados como un apoyo por parte de los defensores de la homeopatía. Esta pseudociencia, contra la que ha alertado la Organización Mundial de la Salud y en la que se considera que las sustancias más diluidas son un remedio más fuerte contra un determinado mal, no ha recibido el apoyo de los experimentos. Por tanto, cualquier mejora ocurrida tras la ingesta de un remedio homeopático puede deberse perfectamente al efecto placebo o a la recuperación normal de una enfermedad.

La visión racista de James Watson

James Watson, ganador del premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1962 por su trabajo en el descubrimiento de la estructura del ADN, sostiene desde 2007 que los negros son menos inteligentes que los blancos y que el coeficiente intelectual está programado en los genes. Aunque dijo que se espera que todos seamos iguales, «la gente que tiene que tratar con empleados negros descubren que esto no es cierto», declaró en The Sunday Times.

Estas declaraciones generaron una gran indignación y Watson se vio forzado a dejar su puesto como rector del prestigioso laboratorio Cold Spring Harbor en 2007. Además, el Nobel fue repudiado por buena parte de la comunidad científica y cayó en un declive económico que culminó con la subasta de la medalla de oro de su Nobel, por 4,8 millones de dólares.

Este año se reafirmó. En respuesta, el Laboratorio Cold Spring Harbor, del que Watson fue director, presidente y rector, tachó estas declaraciones como «censurables», por no estar «apoyadas por la ciencia», y le revocó tres títulos honoríficos.

En una entrevista telefónica concedida a The Associated Press, el hijo del Nobel, Rufus, dijo que el investigador estaba ingresado en un asilo de ancianos después de haber sufrido un accidente de coche y que su consciencia del entorno es «muy mínima»: «Las afirmaciones de mi padre pueden hacerle parecer un fanático y un discriminador», ha declarado, para añadir que no es cierto: «Solo representan su interpretación bastante estrecha del destino genético». «Mi padre había hecho del laboratorio su vida, y ahora este laboratorio le considera como una carga», se lamentó.

El mundo científico ha descartado el concepto de raza. En lugar de esto, la diversidad biológica humana se organiza en poblaciones arbitrarias, delimitadas por zonas geográficas, personas de una edad determinada, integrantes de un cierto grupo social o gentes que tienen un rasgo concreto. Es decir, no se mete en el mismo grupo a todos los blancos o negros del planeta, puesto que tienen historias y antecedentes demasiado diversos como para ello.

Kary Mullis: Viajes astrales y LSD

Kary Mullis, Premio Nobel de Química en 1993 por el desarrollo de la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), fallecido este año, defendía que el virus del sida y su relación con la enfermedad no son más que una conspiración que involucra a los científicos y al gobierno.

Mullis también era un negacionista del calentamiento global y del agujero de la capa de ozono. Sin embargo, sí que creía en abducciones alienígenas, en proyecciones astrales y en la astrología. En otra ocasión, declaró que tomaba mucho LSD y habló de mapaches cósmicos.

ABC