Así florece nuestra imaginación

Los neurólogos han empezado a describir de dónde surge nuestra fantasía y qué mecanismos cerebrales rigen su funcionamiento.

Las personas con mucha imaginación también suelen sufrir una enorme tendencia al despiste. Como el insigne matemático Norbert Wiener (1894-1964), padre de la hoy omnipresente cibernética y tan distraído que el día en que su familia se mudó de casa volvió por la noche a su antiguo domicilio pese a que su mujer le había metido en el bolsillo una nota con la nueva dirección.

No es una casualidad que Wiener fuera imaginativo y despistado al mismo tiempo. La ciencia ha empezado a desvelar los entresijos de las conexiones cerebrales que hacen posible la imaginación, y lapsus como el de este norteamericano, habituales en las biografías de eminentes científicos y artistas, pueden tener su base en un mecanismo de nuestra materia gris que potencia los pensamientos abstractos en detrimento de las informaciones que reciben nuestros órganos sensoriales. Una parte de nuestro encéfalo, la corteza prefrontal, nos ayudaría a dejar aparte esos estímulos que nos llegan constantemente a través de los cinco sentidos y a aislarnos en compañía de nuestros pensamientos imaginativos.

“Nuestra memoria a corto plazo permite mantener los procesos abstractos activos, creando para ello una especie de búfer en el que integra informaciones diversas, tanto recientes como de más largo plazo, mientras filtra la información sensorial exterior. Así se forma una cápsula en la que se encierran nuestros pensamientos”, nos explica desde Canadá el doctor Julio Martínez-Trujillo, profesor de la Universidad de Ontario Occidental. Los trabajos de este científico cubano afincado en tierras norteamericanas destacan el papel de la llamada memoria de trabajo, que recuerda a la RAM de un ordenador y que sería una de las fuentes de alimentación de la imaginación.

Este hallazgo forma parte del progresivo acercamiento de los neurólogos a las claves que rigen los mecanismos de esta capacidad cognitiva y que antaño nos parecían inexplicables. Desde que el científico catalán Joaquín Fuster descubriera en 1971 el papel protagonista que desempeña la corteza prefrontal en el pensamiento abstracto, se ha progresado mucho en este ámbito. Fuster explica a MUY, desde la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), que la imaginación es “la capacidad mental de suscitar interiormente una experiencia novedosa e insólita a partir de la memoria o del contexto sensorial actual”. Porque, como subraya, “esta facultad se basa hasta cierto punto en la experiencia. No hay nada nunca totalmente nuevo bajo el sol. Imaginación y creatividad son memoria del futuro que se sustenta en el pasado”.

¿Somos diferentes del resto de primates?

La imaginación reside, en buena parte, en las redes neuronales que se activan en la corteza prefrontal, involucrada en la planificación de comportamientos cognitivamente complejos. Esta región, en el caso de los humanos, ocupa aproximadamente un 30 % del casquete pensante –tejido nervioso que cubre la superficie de los hemisferios cerebrales–, pero, en el caso de los chimpancés, nuestros primos más cercanos en este aspecto, solo alcanza el 19 % o el 20 %, mientras que la proporción desciende aún más si nos referimos a los macacos –hasta el 11 %–. Y más improbable todavía es que gocen de capacidad imaginativa otro tipo de mamíferos, como, por ejemplo, los roedores. En las ratas, la corteza prefrontal es casi inexistente: su porcentaje no llega al 5 %.

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